La tía Hattuç notó de inmediato la ausencia de Suna en casa y no pudo disimular su enfado. Con el ceño fruncido, le espetó a Seyran que, si Kazim estuviera allí, ya habría castigado severamente a su hermana por salir sin permiso. “Quiero apoyaros, pero siempre termináis dándome la razón sobre vuestro padre”, añadió, dejando entrever su decepción.
Pero Seyran, harta de callar, decidió no quedarse en silencio esta vez. Con la voz firme, le respondió:
—En realidad, nunca has querido apoyarnos. Nunca estuviste de nuestro lado. Si lo hubieras estado, no habríamos sufrido tanto. Aun así, hicimos todo lo que nos pediste y siempre te respetamos.
Las palabras de Seyran encendieron la tensión entre ambas. Sin titubear, continuó con su reclamo: recordó cómo, durante años, Hattuç obligó a Esme a encargarse de todas las tareas del hogar sin una queja, y cómo nunca intervino cuando Kazim maltrataba a su madre, a ella y a Suna.
—Mi madre ha derramado incontables lágrimas por tu culpa —añadió, con la rabia reflejada en su mirada.
Hattuç, desconcertada ante el reproche, solo atinó a llamarla deslenguada. Pero Seyran ya no tenía miedo de decir la verdad.